Universo julio-agosto 2025
10 JULIO-AGOSTO 2025 ASTRO PUBLISHING UNIVERSO mularse en la atmósfera cantidades significativas de DMS y DMDS, hasta niveles decenas de veces superiores a los de la Tierra. Tales valores ele- vados parecerían coherentes con los datos extrapolados por el equipo de Madhusudhan. Un tercer argumento a favor se de- riva del limitado conocimiento que tenemos sobre la posible génesis abiótica del DMS. Hasta donde sa- bemos, no parecen existir procesos alternativos al biológico capaces de producir la abundancia y concentra- ción de DMS que los investigadores afirman haber reconocido en la at- mósfera de K2-18 b. Es cierto que un análisis reciente de los datos recogi- dos por la sonda Rosetta en el co- meta 67P/Churyumov–Gerasimenko ha puesto de relieve la presencia de DMS en los chorros de gas, lo que sugiere la posibilidad de una fuente abiótica para esa biofirma. Sin em- bargo, la cantidad y la frecuencia actual de impactos cometarios ne- cesarias para explicar los presuntos niveles de DMS en K2-18 b hacen de esta una solución insostenible. La interpretación de los investiga- dores de Cambridge también se ve respaldada por el hecho de que, si K2-18 b fuera realmente un planeta hycean, este modelo planetario se- ría el más coherente con el escena- rio propuesto por el equipo. Argumentos en contra de la vida en K2-18 b Es casi imposible enumerar en pocas líneas todos los argumentos que de- berían atemperar el optimismo de Madhusudhan y sus colaboradores. Nos limitaremos a mencionar los me- nos cuestionables. El primero concierne al telescopio es- pacial James Webb, que para varios analistas (como, por ejemplo, la co- nocida científica planetaria Sara Sea- ger, del MIT) sencillamente no dis- pone aún de toda la tecnología nece- saria para demostrar de forma irrefu- table la existencia de vida en plane- tas más allá de la Tierra. En principio, el Webb puede detectar biofirmas mediante espectroscopía de transmi- sión, pero la extrapolación de esos datos se complica debido al escaso conocimiento que tenemos de las exoatmósferas y a la contaminación de la señal causada por la luz estelar. Cada espectro representa una señal altamente mediada de procesos fí- sico-químicos atmosféricos que se manifiestan en tres dimensiones, pe- ro que, al ser observados, se concen- tran en una única fuente puntual que incluye la estrella y el planeta. Un segundo aspecto crítico se refiere a la propia naturaleza de K2-18 b. La idea de que pudiera ser un mundo hycean surgió cuando la clara traza de metano detectada por el Hubble fue erróneamente atribuida a vapor de agua. Hoy sabemos que el agua no está presente en ninguna forma en la atmósfera superior; si existe en la superficie y, por lo tanto, K2-18 b es un Hycean, aún está por demos- trar. Además, incluso si existiera un océano bajo la densa capa atmosfé- rica, sus aguas podrían estar someti- das a condiciones tan extremas que resultarían inhabitables. Otro argumento aún más robusto en contra de la posibilidad de vida en K2-18 b tiene que ver con su estrella. Como ya se mencionó, se trata de una enana roja, una clase de estrellas caracterizadas por una actividad magnética muy violenta, capaz de generar fulguraciones poderosas in- cluso varias veces en el transcurso de un solo día terrestre. Estas fulguracio- nes lanzan al espacio intensos flujos de radiación en forma de viento es- telar, que pueden destruir las atmós- feras de los planetas cercanos. Dado que estas estrellas tienen masas pe- queñas, los planetas que orbitan a su alrededor se encuentran siempre a distancias muy cortas de esos flujos de radiación intensa. Las enanas rojas E l sistema K2-18, con el planeta “b” en primer plano y el planeta “c” transitando frente al disco de la enana roja. [ESO/M. Kornmesser/ N. Risinger (skysurvey.org )] más activas son las más jóvenes, con edades de pocos miles de millones de años: K2-18 tiene unos 3.000 millones de años, frente a una “esperanza de vida” de billones de años. Está, por tanto, en plena actividad, y los fenó- menos que la afectan pueden conta- minar los espectros recogidos por los telescopios, como sucede, por ejem- plo, con el sistema TRAPPIST-1. Ade- más, incluso dejando de lado los efec- tos devastadores de la actividad este- lar, sabemos que los planetas de las enanas rojas suelen estar gravitacio- nalmente forzados a mostrar siempre la misma cara a la estrella. Esta no es una condición óptima para la vida tal como la conocemos (aunque si allí se produce DMS, no puede ser tan dife- rente de la que conocemos). Otro aspecto del problema que choca con las conclusiones del equipo de Madhusudhan es la presunta validez universal del DMS como biofirma. Si bien es cierto que en K2-18 b difícil- mente pudo haber sido aportado por cometas en gran número, también lo es que no se puede descartar un ori- gen abiótico. El DMS ha sido produ- cido en laboratorio simulando la atmósfera de la Tierra primitiva sin necesidad de organismos vivos (N.W. Reed et al., 2024), y también se ha descubierto en una nube molecular interestelar gracias a dos radioteles- copios (M. Sanz-Novo et al., 2025), un entorno que no es precisamente ade- cuado para la vida, por muy genero- samente que se la quiera imaginar. Estos trabajos recientes ponen en duda la fiabilidad del DMS (y del DMDS) como bioindicadores sólidos. K2-18 b no se conoce lo suficiente- mente bien como para establecer si el DMS que quizás se ha detectado en su atmósfera fue producido por
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